sábado, 8 de octubre de 2011

En el jardín


El olor del jazmín siempre me ha fascinado. Desde que lo descubrí en una tapia de Jávea, su olor me sorprende de improviso en ciudades dispares: Sevilla, Vigo, Palma...
Es como el olor del azahar, casi sólido... pero esa es otra historia, para otro día.


Mi primer jazmín viajó conmigo en tren desde Alicante a Vigo y los dos conseguimos sobrevivir a ese viaje eterno, salvando la incomodidad y el frío. Aunque era pequeño (no levantaba dos palmos del suelo, como se suele decir), aguantó todo un invierno gallego, estoico, y se rindió en primavera, en contra de cualquier pronóstico. Toda una sorpresa...y una pena.


Mi segundo jazmín lo compré al poco de llegar a Barcelona. Tener un balcón en esta ciudad tiene enormes ventajas, así que, apostando sobre seguro, compré el más grande que fui capaz de transportar (un metro de alto y sus buenos cinco kilos de tierra). Aunque lo soborné con rico abono, no conseguí que diera muchas flores, aunque las pocas que me ofreció fueron un regalo en las cálidas noches de junio.
Luego le atacó una estraña tristeza. Se cubrió de un moho blanco y espeso, desconocidos bichos agujerearon sus capullos impidiéndoles florecer y terminó secándose lejos de mí, cuando tuve que dejarlo en otras manos. Ir con la casa a cuestas, como los caracoles, tiene sus inconvenientes. Segunda pérdida... más tristeza.


Mi tercer jazmín (a la tercera va la vencida...) lo compré para colonizar mi nueva terraza. Era joven y tierno... algo tímido, pero con mimos y lisonjas conseguí que se sintiera en casa. Va creciendo y ganando confianza, perfumando en la noche mis pensamientos...


Dicen que el aroma del jazmín invoca el sueño y la sensualidad... eso ya lo dejo para que cada uno lo descubra.

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